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28 octubre, 2025 by Columna, Crisis Management, Equidad, Estilo de Vida, Finanzas, Salud

Ante el cáncer, una red

“Podemos vencerlos, por siempre y para siempre. Podemos ser Héroes sólo por un día.” David Bowie

A unos días de acabar el llamado mes de la lucha contra el cáncer, considero pertinente retomar este tema que tarde o temprano se nos acerca a muchos, si no es que a todos y de formas distintas. El cáncer es una de las principales causas de muerte y morbilidad a nivel mundial. Para el año 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que hubo 20 millones de casos nuevos de cáncer en el planeta, con 9.7 millones de muertes. En la Región de las Américas, se diagnosticaron 4.2 millones de personas en el mismo año, y se proyecta que el número de nuevos casos aumentará cerca del 60% para 2045 si no se intensifican las medidas de prevención y control.

Estas son cifras duras, pero detrás de cada número hay una vida, una familia y una estructura social que se ve estremecida. El diagnóstico de cáncer desata un verdadero tsunami silencioso que impacta al individuo y a su entorno en dimensiones que van mucho más allá de la salud física, afectando profundamente las esferas psicológica, social, laboral y económica.

Se estima que alrededor del 30% de las personas con cáncer desarrollan trastornos como la depresión, la ansiedad o el trastorno de adaptación.

Las mujeres recién diagnosticadas con cáncer de mama, por ejemplo, tienen más del doble de probabilidades de sufrir distrés psicológico (alrededor del 54%) en comparación con la población sana.

Esta carga emocional no se limita al paciente. Los familiares y cuidadores primarios (cónyuges, hijos) son considerados los “pacientes invisibles”. Ellos enfrentan el estrés del cuidador, la incertidumbre, el miedo a la pérdida y la sobrecarga física y emocional, lo que también los pone en riesgo significativo de desarrollar ansiedad y depresión. La atención psicológica, por tanto, debe ser un pilar fundamental en el manejo integral de la enfermedad, abarcando a todo el núcleo familiar afectado.

Para el paciente en edad productiva, el cáncer y su tratamiento (cirugías, quimioterapias, radioterapias) significan una interrupción casi total de la vida laboral. La fatiga oncológica, los efectos secundarios y las constantes citas médicas fuerzan un alejamiento del trabajo, lo que tiene consecuencias a doble nivel:

Las redes de apoyo se tensan hasta el límite. La enfermedad suele generar un estigma social o, en el mejor de los casos, un aislamiento involuntario.

  • Deterioro de la Imagen Corporal: Las cirugías (como las mastectomías), la pérdida de cabello y los cambios de peso afectan la autoestima y la imagen corporal, llevando a la persona a evitar las interacciones sociales por vergüenza o temor al rechazo.
  • Reestructuración de Roles Familiares: El paciente puede pasar de ser un proveedor o pilar de la casa a depender de otros, invirtiendo los roles con la pareja o los hijos, lo que añade fricción y una compleja dinámica de culpa y resentimiento, incluso en el marco del amor y el cuidado.

El cáncer no solo consume células; consume recursos.

La carga financiera para los pacientes y sus familias puede ser astronómica. Estudios de 2019 en Estados Unidos, por ejemplo, han cifrado la carga económica del paciente relacionada con la atención oncológica superando los 21 mil millones de dólares anuales en algunos casos.

  • El costo directo del tratamiento (medicamentos, radioterapia, cirugías, hospitalización) representa la punta del iceberg. En México, para el año 2018, el costo promedio por paciente con cáncer de mama sin seguridad social se estimó en alrededor de $210,732 pesos mexicanos (unos 11,000 USD, cifra variable según el año y la fuente), siendo significativamente más alto que para aquellos con seguro social.
  • A los costos directos se suman los costos indirectos o no médicos, que son igualmente demoledores: gastos de transporte para citas lejanas, alojamiento temporal, alimentación especial, y, crucialmente, la pérdida de productividad y de salarios tanto del paciente como de su cuidador, que deja de trabajar para dedicarse a la atención.
  • La falta de acceso a tratamientos integrales y oportunos en países de ingresos bajos se suma a esta desigualdad, lo que explica por qué la mortalidad por cáncer podría crecer un 74% hasta 2050 si no se garantiza la justicia en el acceso a la prevención y la atención.

En medio de este caos, la medicina moderna ofrece tratamientos cada vez más sofisticados —quimioterapias, radioterapias, inmunoterapias—, pero existe un componente terapéutico igualmente poderoso, aunque menos tangible: la red de apoyo

Es imperativo priorizar y demostrar que la batalla contra esta enfermedad no se libra en solitario; se enfrenta tejiendo una red de soporte robusta entre amigos, familiares, compañeros de trabajo e instituciones.

El primer círculo de esta red es, sin duda, la familia y los amigos. Cuando la incertidumbre y el miedo se instalan, este núcleo íntimo se convierte en el ancla emocional. Su labor va más allá de la compañía; es un soporte logístico vital. 

En un país como México, donde las dinámicas familiares son centrales, este apoyo es crucial. Hablamos de tareas concretas: coordinar citas médicas, asegurar el transporte a los hospitales, preparar alimentos cuando el cansancio de la quimioterapia impide cocinar, o simplemente estar presente en silencio, validando el miedo y el cansancio sin recurrir a frases hechas de positivismo tóxico.

La empatía activa —el “estoy aquí para lo que necesites“, seguido de acciones— es la primera línea de defensa contra la depresión y el aislamiento que frecuentemente acompañan al tratamiento oncológico.

El segundo hilo de esta red es el entorno laboral. El trabajo no es solo una fuente de ingresos (vital para costear un tratamiento, incluso en el sistema público); es también una fuente de identidad, rutina y normalidad. Cuando un compañero es diagnosticado, la red laboral debe activarse con flexibilidad y comprensión. Las empresas y colegas deben entender que la productividad fluctuará. 

Soluciones como el trabajo híbrido, horarios flexibles, la reasignación temporal de tareas de alta presión y, fundamentalmente, la protección del empleo, son cruciales. 

Mantener a la persona integrada, en la medida que su salud y deseo lo permitan, evita que al desafío médico se sume el estrés financiero y la pérdida de propósito profesional. Este apoyo demuestra que el valor de un empleado trasciende sus métricas de rendimiento inmediato.

Si el círculo cercano provee el soporte emocional y el laboral la estabilidad, el tercer y más complejo nivel de la red son las instituciones. 

En el contexto mexicano, enfrentarse al cáncer significa también enfrentarse a un sistema de salud —sea IMSS, ISSSTE o el fragmentado sistema para no derechohabientes— que puede ser un laberinto burocrático. El paciente oncológico no debería gastar su energía en descifrar trámites, perseguir autorizaciones o gestionar la falta de medicamentos.

Aquí es donde las soluciones basadas en hechos deben implementarse. Primero, es fundamental la integración de la psicooncología desde el momento cero del diagnóstico. El apoyo psicológico no es un lujo, es parte del tratamiento integral; ayuda a gestionar la ansiedad y mejora la adherencia al tratamiento.

Segundo, necesitamos fortalecer la figura del “Navegador de Pacientes” dentro de los hospitales públicos. Este profesional (a menudo una trabajadora social o enfermera especializada) debe guiar al paciente y su familia a través del sistema, asegurando que se cumplan las citas, se entiendan los procedimientos y se acceda a los apoyos disponibles, reduciendo la carga administrativa que hoy recae dolorosamente sobre la familia.

Las Organizaciones de la Sociedad Civil (ONG) en México juegan un papel heroico, supliendo las carencias del sistema, ofreciendo desde pelucas oncológicas y prótesis hasta albergue y orientación legal. Estas instituciones deben ser vistas por el Estado no como competencia, sino como aliadas estratégicas que requieren financiamiento y colaboración estable.

La  Cámara Nacional de la Industria de Productos Cosméticos y del Cuidado del Hogar en México (CANIPEC) con su campaña de Luce Bien, Siéntete Mejor; la Fundación de Cáncer de Mama (FUCAM) o la Asociación Mexicana de Lucha Contra el Cáncer (AMLCC) son muestra de ese trabajo constante y no de “lucha de un mes al año”. 

Finalmente, la red de apoyo más eficaz es la que no se necesita: la prevención. La sociedad en su conjunto debe tejer una red de conciencia. Esto implica promover activamente la vacunación contra el VPH (causante principal del cáncer cervicouterino), fomentar estilos de vida saludables y, sobre todo, combatir la desinformación. Debemos insistir en la detección oportuna: la mastografía, el papanicolaou, la prueba del antígeno prostático y la colonoscopia no deben ser vistos con miedo, sino como actos de responsabilidad. Una cultura de prevención es la máxima expresión de apoyo colectivo.

El cáncer es una enfermedad que nos recuerda nuestra vulnerabilidad compartida. Enfrentarlo requiere una sinergia donde la ciencia médica provee las herramientas para curar el cuerpo, y la red humana —la familia, los amigos, los colegas y las instituciones justas— provee la fortaleza y el amor para sanar el espíritu. No podemos elegir si el cáncer toca a nuestra puerta, pero sí podemos elegir cómo responder: no con distancia, sino tejiendo, hilo por hilo, una comunidad de solidaridad y empatía activa.

Con amor y respeto a Humberto Raúl Torres Penagos y a todos aquellos que enfrentan el cáncer día a día. Pacientes, familiares, médicos, trabajadores sociales, instituciones y todas aquellas personas que se han comprometido a ser héroes no solo por un día, ni por un mes, sino héroes día a día, porque el cáncer se vence día a día.

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